- DLA | sáb nov 23 2013 13:42
Roberto Estopiñán trabajando en una de sus más recientes creaciones. (ÁLVARO MATA) |
cmendoza@diariolasamericas.com
La vida sencilla y el trabajo silencioso de un artista imparable que a sus 92 años renace.
Se autodefine como un “inconsciente cubano”. Quizás por eso y con la energía de un joven de 20, sigue siendo un rebelde ensimismado que aún piensa en el trabajo infatigablemente.
En eso estaba cuando abrió las puertas de su casa a DIARIO LAS AMÉRICAS, junto a su esposa, la declamadora y poetisa Carmina Benguría.
Como discípulo del escultor Juan José Sicre, a
Roberto Estopiñán le toca cargar con el título de ser uno de los mayores
exponentes de la escultura vanguardista, pero a él no le gusta
presumir, ni mucho menos de ser considerado un estandarte de nada.
“Estopa”, como lo llaman sus amigos, no habla de logros ni premios, sino
de historias y dibujos que despiertan los sentidos.
Reside en Miami desde el 2000, pero 13 años después
aún no se asienta. Se ha cambiado siete veces de casa, y ahora todas sus
energías están puestas en buscar de nuevo un lugar para crear. “Yo aquí
no puedo hacer ciertas cosas en escultura porque hago bulla y eso le
molesta a los vecinos. Esto es tremendo”, comentó apenas comenzamos a
conversar.
Su casa es pequeña y está vestida de fotografías,
obras de arte y libretas, muchas libretas de dibujo que están repartidas
por dondequiera para que pueda ocuparlas y dibujar a cualquier hora. Lo
mismo a las tres o a las seis de la mañana. Él no sabe de horario, lo
suyo es trabajar sin descanso.
En medio de esta escenografía -que no es más que una
casa- Roberto desarrolla “la culminación” de su proceso creativo, así lo
siente su esposa y musa inspiradora, con quien lleva 60 años de casado.
“Yo voy sobrellevando esto, mi vida en Miami. A mí me
encantaba estar en Nueva York. He recorrido el mundo entero, pero
pienso que ésa es mi ciudad porque produje mucho estando allí”,
manifestó.
Estopiñán tiene una voz rasposa y habla con lucidez
total. No hay que equivocarse, a sus 92 años, no es el viejecito endeble
de los cuentos. Él está más cerca de la vida y la realidad de lo que
muchos de los artistas de esta generación van a estar jamás.
Roberto Estopiñán trabajando en una de sus más recientes creaciones. (ÁLVARO MATA) |
Vida y obra
Comenzó su educación en el Centro Asturiano de La
Habana y posteriormente ingresó a la Academia de Bellas Artes de San
Alejandro.
En 1953 fue invitado a participar en la Tate Gallery de Londres con el tema El prisionero político desconocido.
Allí presentó una escultura ejecutada en madera que recibió un
reconocimiento en la final, en la compitió con artistas como Alexander
Calder, Naum Gabo, Theodore Roszak y Ossip Zadkine.
Discípulo de Juan José Sicre, Estopiñán se convirtió
en un pionero de la escultura moderna, fue tres veces Premio Nacional y
participó en la creación de obras emblemáticas, una de ellas el Monumento a José Martí, situado
en la Plaza de la Revolución. “Esa pieza está divida en 17 bloques.
Casi un año estuvimos dedicados a eso... No tengo fotos del monumento,
pero en la base estaba mi nombre. Ojalá no lo hayan borrado”, recordó.
El año 1960, viajó a la Unión Soviética y China, y
decidió no regresar a Cuba: “Salí en una misión y vine a parar a este
país”, recordó este escultor, para quien el arte y su ejecución son más
importantes que la difusión.
Un nombre que ya es parte de nuestro paisaje
artístico de modo imborrable, un hombre que parece perderse pero que se
encuentra a través de sus obras, que siguen soportando la prueba del
tiempo.
“Todavía no creo que se entienda el dibujo de
Roberto. Él es como el poeta Whitman. Vaga en el espacio. A estas
alturas no dibuja lo que ve, dibuja lo que siente y lo que sueña”,
comentó su esposa Carmina, quien lo sigue acompañando en su viaje
creativo, que enciende una llama que incinera todos los egos de nuestra
cultura mezquina y pretensiosa.
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