Biografia de Guillermo Collazo Tejada
Escrito por Jorge Rigol en el 1976.
Pintor cubano del siglo XIX. Nace el 7 de junio de 1850 en Santiago de Cuba, antigua provincia de Oriente. Es el segundo de ocho hermanos. 4 varones y cuatro hembras. Su hermano mayor Enrique, alcanza el grado de General en las luchas independentistas; y el más pequeño, Tomás, el de Brigadier del Ejército Libertador. Sus hermanas Emelina, Irene, Rosa y María, primero en la emigración y luego en el período que media entre las dos guerras, trabajaron activamente por la independencia de Cuba. El joven realiza sus primeros estudios en Santiago de Cuba; donde revela una gran habilidad en el dibujo. Implicado en actividades revolucionarias independentistas, su padre lo envía a los Estados Unidos, en 1868. En New York, sin recursos y sin conocer el idioma, encuentra empleo en un comercio del Bowery como iluminador de fotografías. Posteriormente trabaja como creyonista en el taller del fotógrafo Sarony y hace dibujos para los periódicos de la ciudad. En 1880 en New York, abre su estudio como artista independiente alcanzando celebridad por sus trabajos De regreso a La Habana, alrededor de 1883, este es ya un pintor de notable destreza en el dibujo y elevado prestigio. En la capital reside en un lujoso estudio, descrito por Julián del Casal en sus crónicas, insertado en los más altos niveles de la sociedad colonial cubana, donde permanece alrededor de cinco años, etapa en la que pinta retratos como el de Carmen Bacallao de Malpica, su hermana Emelina y el de su cuñada Susana Benítez. En 1888 emprende un viaje por Europa y escoge la ciudad de París como residencia definitiva. Su obra está matizada por diferentes períodos de su vida fundamentalmente los tiempos vividos en Nueva York, La Habana y París. Dos de sus más reconocidos trabajos por la crítica son La Siesta, óleo de gran valor como documento social y el Retrato de la Señora Malpica. Nunca abandona el tema del paisaje cubano en sus obras. En su estudio parisino, en la Avenida Víctor Hugo; se convierte en centro de reunión del Comité Cubano de París formado por emigrados que luchan por la independencia de su patria, al que pertenecieron Calixto García, Diego Vicente Tejera y Emeterio Betances. Realiza un pequeño viaje a Biarritz donde realiza apuntes de la costa francesa. Durante los años de permanencia en Francia emprende diversos viajes de estudio a distintos países europeos. Participa en numerosas exposiciones y presenta en la capital francesa, en el salón de 1890, cuadros en los que se advierte una inspiración muy directa de los ambientes y personajes del siglo XIX. La pintura de Collazo es, sin lugar a dudas, tributaria de la más conservadora pintura francesa de las últimas décadas del XIX. Se preocupaba hasta la exquisitez de la perfección formal donde hace alardes de sus conocimientos técnicos. Algunas de sus obras son: Los Amantes del arte, Dama sentada a orillas del mar, Cabeza de viejo, retrato de la Señora Malpica y La siesta. No es hasta 1933 cuando Collazo se da a conocer por primera vez en Cuba en una exposición organizada por el arquitecto Evelio Govantes en el Lyceum. Donde se exhiben obras conservadas principalmente en las colecciones de sus familiares y amigos. Fallece en París el 26 de septiembre de 1896, en su morada del Boulevard Malesherbes. En 1899 sus familiares trasladan sus restos para La Habana.
Hoy, a los cuarenta y tres años de la retrospectiva que, organizada por el arquitecto Evelio Govantes, se presentara en los salones del Lyceum, la figura y la obra de Guillermo Collazo son, prácticamente, tan desconocidas como entonces. Tópicos, lugares comunes, afirmaciones sin base repetidas una y otra vez escombran el camino hacia un mejor conocimiento del pintor y donde dice Collazo puede leerse Arburu o Chartrand o Federico Martínez o cualquiera de las figuras de nuestro pasado pictórico. Los enigmas que la vida y la pintura de Collazo nos proponen siguen siendo eso, enigmas, preguntas sin respuesta. ¿Qué sabemos concretamente, documentalmente, de la infancia y adolescencia santiagueras de Collazo? ¿Qué de su larga estancia en Los Estados Unidos? ¿Qué de su intermedio habanero y sus años posteriores y finales en París? Nada que no supiéramos ya en 1933 cuando la retrospectiva que le diera a conocer en Cuba. Es decir, muy poco. Aún desconocemos las circunstancias exactas de la expatriación familiar y en qué medida el pintor en ciernes participara en actividades conspiratorias contra España. Igualmente desconocemos cómo transcurrieron esos años de formación intelectual y cómo y en qué condiciones se efectuara el magisterio atribuido a Federico Martínez. Lo mismo pudiéramos decir de su prolongada actividad en Los Estados Unidos, esos años de tanta trascendencia en su carrera pictórica y de cuyo transcurso sabemos tan poco.
Cuando regresa a Cuba es ya un pintor de considerable destreza y creciente prestigio. Insertado en los más altos niveles de la sociedad colonial. ¿Manifiesta en alguna forma su desacuerdo con el régimen? De esta época data su encuentro con Casal que deja sobre el pintor páginas clarividentes. A más de estos enigmas parciales, aún sin respuesta adecuada, nos vamos a enfrentar finalmente al gran enigma total, el que cifra y resume su existencia toda: ¿qué secreta frustración, qué conflicto moral lo llevó a las drogas y por el camino de estas a la muerte prematura?
La pintura de Collazo es, sin lugar a dudas, tributaria de la más conservadora pintura francesa de las últimas décadas del XIX. Y decir esto de un pintor tan poderosamente dotado como Collazo, es señalar la dramática equivocación de su camino pictórico. Posiblemente su acendrado sentimiento separatista le hizo apartarse de la pintura que se hacía en la metrópoli peninsular para caer en la no menos falsa y académica de los salones parisienses. En uno u otro sentido, el mimetismo del colonizado, y el trágico desencuentro con los rumbos mejores de la época. Todo lo que brota de su pincel, diría Casal, definiéndolo, es refinado, exquisito y primoroso. No creo que haya otros adjetivos que se avengan más ajustadamente al arte de Collazo. Subyacente, se escuchan otras notas, igualmente definitorias: escapismo, desarraigo, extranjería. Porque, ¿qué otra cosa puede hacer el autor de una pintura "refinada, exquisita y primorosa" en el mundo repelente y deforme de la colonia más que escapar? A no ser que decida tratar de cambiar ese mundo y, naturalmente, esa pintura.
Lo que en Casal fue un vago anhelo que él mismo se encargó de no realizar, en Collazo se hizo realidad deformadora. Casal advirtió el oropel que le rodeaba y realizó su obra a contrapelo, salvando su autenticidad. Collazo sucumbió al oropel y su obra se resiente de ello. Todo ese mundo artificioso y exótico en que ambos discurren, es en Casal horror a la colonia, y se hace, por magia poética, carne y sangre en su obra. En Collazo no pasa de ser un abigarrado telón de fondo para su hastío fastuoso. El conde Camors, una de las máscaras literarias de Julián del Casal, daba cuenta en La Habana Elegante, en crónica de junio, 17 de 1888, de la inminente partida hacia París, donde radicaría en lo adelante, de Nicolás de Cárdenas «distinguido caballero y notable Sportman», y señora Benítez de Cárdenas, y de Guillermo Collazo, «cumplido caballero y una de nuestras glorias pictóricas», y señora Benítez de Collazo. Y es así como Collazo, que pudo haber sido un gran pintor cubano; que es, indudablemente, un gran pintor de Cuba, fue, por confusión de rumbos y propósitos, un afrancesado autor de pastiches y postizos.
Julián del Casal es una referencia obligada al estudiar a Collazo. El que había de ser el decimotercer capítulo (los pintores) de un proyectado libro sobre la sociedad habanera, continúa siendo un texto capital sobre Collazo. En él hallamos la atmósfera finisecular, de recargada ornamentación, ofrecida por el estudio habanero del pintor, similar a la que pesa sobre la acuarela que reproduce un rincón de su estudio neoyorquino. Collazo, "pintor de las grandes damas y de encantadores paisajes", parece respirar un aire enrarecido, una atmósfera sofocada por la acumulación decorativa, el mismo aire enrarecido y la misma atmósfera sofocada por un exceso de preciosismo y artificio que gravita sobre buena parte de su obra. En esos lienzos de implacable seguridad de ejecución Collazo nos da un mundo de gracia congelada, de ámbito clausurado, de literatura subalterna. En ellos se hace patente la pericia técnica del artista así como esa suerte de soplo helado que inmoviliza sus creaciones desvitalizándolas, distanciándolas, rompiendo la participación activas del espectador en ese momento en que asumiendo, contemplando la obra de arte, la recrea para sí en perenne juego dialéctico.
Guillermo Collazo Tejada Potrait of Carmen Bacallao de Malpica |
Guillermo Collazo Tejada Portrait of Emelina Collazo |
Los retratos de la señora Malpica y de Emelina Collazo de Ferrán, tan vívidamente recreados por la pluma de Casal, son, a no dudarlo, dos grandes momentos del pintor. En ellos está todo Collazo, con sus pros y sus contras. Ambos son de su estancia habanera. No producirá nada mejor en sus años parisienses. El desarraigo no traerá a Collazo ninguno de los bienes soñados. Y su pintura se resentirá de ello. Derivará cada vez más hacia lo paramental y externo. Hasta en esa admirable acuarela del Cauto, firmado en París en 1888, su tierra natal, acabada de dejar, aparecerá vista con espejuelos comprados junto al Sena. Voluptuosidad podría figurar sin desdoro –es más, ese sería su verdadero marco- en aquellos salones en que Cabanel, Bonnat, Carolus Durán, por señalar algunas afinidades de Collazo, eran una constelación estelar. En 1865 Manet había presentado su Olimpia y dos años antes Cabanel su Nacimiento de Venus.
Collazo parece haber ignorado la primera y haber frecuentado la segunda. Por eso, al recordar el desnudo de Manet, por asociación de ideas pensamos en una 'flor del mal' baudelariana. Y frente al de Collazo solo podemos pensar en una 'flor de carne' de novela galante finisecular. Martí vio en La Maja Desnuda de Goya «voluptuosidad sin erotismo». En el cuadro de Collazo la voluptuosidad se ha helado y el erotismo es un fuego fatuo asfixiado por sedas y brocados.
Guillermo Collazo Tejada Voluptuous |
Collazo parece haber ignorado la primera y haber frecuentado la segunda. Por eso, al recordar el desnudo de Manet, por asociación de ideas pensamos en una 'flor del mal' baudelariana. Y frente al de Collazo solo podemos pensar en una 'flor de carne' de novela galante finisecular. Martí vio en La Maja Desnuda de Goya «voluptuosidad sin erotismo». En el cuadro de Collazo la voluptuosidad se ha helado y el erotismo es un fuego fatuo asfixiado por sedas y brocados.
Hasta qué punto es de lamentar que Collazo vendiera su primogenitura por un plato de lentejas, podemos verlo en algunos instantes excepcionales. Collazo es siempre dueño de sus medios de expresión y casi siempre esclavo de la pequeñez de su discurso. Pero un día u otro se produce un pequeño milagro. Se abren de par en par las puertas y ventanas del estudio. Las colgaduras suntuosas se ponen a airear en la baranda de la azotehuela. Hay como una distensión espiritual en el artista. Y desechando todo 'lo refinado, exquisito y primoroso', posa la mirada clara y limpia de musarañas literatescas en un ángulo del patio, un sitio cotidiano y vanal que ha despertado en él quién sabe qué misteriosas resonancias. Y nace así el Patio, un cuadro insólito por más de un concepto. Nada menos 'encantador' que este paisaje. Sobrio, escueto, de una poesía contenida y como asordinada, en que el color parece cantar a media voz y en el que la solución a base de planos cromáticos casi bidimensionales, sugiere una modernidad que nada tiene que ver con el coetáneo 'modernismo'. ¿Y ese sorprendente estudio de una Calle de París que anticipa los paisajes urbanos de Marquet?
Valdría la pena demorarse en el estudio de la vida y la obra de Guillermo Collazo. Aquí quedan apuntadas algunas de sus contradicciones. Su figura se hace cada vez más interesante merced a ellas y aún queda en pie el estremecedor enigma de su deambular por los 'paraísos artificiales' con que trató de disfrazar quién sabe qué infiernos.
Jorge Rigol, mayo 1976.
Guillermo Collazo Tejada Lady Sitting by the Seashore |
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